Pepito se suicidó. Nos olvidamos de él y no pudo soportarlo. Apenas hace unas semanas se le encontró tirado en el cuarto donde vivía. El olor del cadáver hizo que los vecinos llamaran a la policía. Cuando se supo la identidad del muerto, nadie podía creer que fuera el famoso personaje de los chistes. La fama había enloquecido a José Pérez Buenrostro, alias Pepito. Nunca cobró regalías de los miles de chistes de los que fue protagonista, él era feliz haciéndonos reir, pero en el olvido, se pegó un plomazo.
Pepito cobró fama cuando llevó a la escuela el tanque del oxigeno del abuelo para armar el botiquín del salón; igualmente cuando platicó del putero que estaban construyendo cerca de su casa, ese día la maestra había pedido a sus compañeras que salieran del salón cuando pepito empezara con sus groserías, al escuchar “putero”, todas se levantaron escandalizadas, y el muy cabrón se paró en la puerta diciéndoles: espérense, que todavía no lo inauguran. Sí, sí… siempre fue un patán.
Cuántas veces no vio a sus papás teniendo sexo, cuántas veces no hizo encabronar al párroco; la leyenda cuenta que varias veces murió y fue a los infiernos sacando de quicio al mismísimo diablo. Pepito era hereje, pelado, malcriado, pero todos lo querían, era un niño encantador. Pero desde que los teléfonos inteligentes comenzaron a invadir nuestro espacio social, todos dejaron de contar sus maravillosas anécdotas. Ponte a pensar, hace cuánto no pasas una noche entera contando chistes como cuando íbamos en la prepa. Ahora el humor se digitalizó y una reunión con amigos la pasamos viendo memes y videos o hablando del fenómeno viral de la semana.
Antes, el espacio social era ocupado Pepito a través de los chistes, y el chiste de los chistes era hacer un chistesote, a veces el final era lo de menos. Ya no contamos esos chistes enormes de 5 ó 6 minutos de duración, ahora los chistes tienen que ser rápidos. La urgencia es una enfermedad de la era moderna. La mano invisible que hace los contenidos de internet, ha creado formas mas sofisticadas de humor.
Al final, lo único que está presente es la necesidad de reirnos. Solo que el formato en que Pepito nos hacía reír quedo obsoleto. Somos más flojos en querer hacer el humor, ahora podemos poner 30 minutos en YouTube del gran “standopero” del momento. De hecho los “standoperos” se ofenden cuando crees que su trabajo es contar chistes. —No, contamos cosas de la vida real de forma cómica, pero no contamos chistes —explican. Esa es su ciencia, y vaya que lo es, hay unos tipos geniales.
Antes teníamos la facilidad de convertirnos en los standoperos de nuestras reuniones sociales, o quizá replicábamos los chistes de Polo Polo, pero por lo menos era uno mismo el que hacía ese trabajo. Ahora la vida depende de lo que ofrezca el internet, y no está mal, me gustan los videos virales.. Disfruto de esa masa de información ociosa que generamos a través de la red, me parece fascinante la simplicidad con la que se hacen memes y la profundidad con la que terminan explicando las cosas. Pero también, a veces extraño a Pepito y extraño sacar el repertorio de chistes… ¿cómo podíamos reírnos del mismo chiste contado más de 20 veces en un espacio determinado de tiempo? Ese era el encanto de los chistes, que un mismo chiste podía hacernos reir muchas veces en reuniones diferntes; siempre había alguien al que le pedíamos un chiste, ya sabíamos de que trataba, pero nadie lo contaba como ese alguien.