jueves, marzo 30

El torerito

torerito

 

Catalino de la Vega salió caminando de la Plaza México después de entrenar, llevaba un periódico ‘Esto’ bajo el brazo; el tabloide traía como noticia principal el buen paso de los Toros de Insurgentes en la Liga Premier Mexicana, equipo líder del torneo; en una esquina de la edición se leía “se le fue vivo”, referente a la novillada del día anterior en la México en la que Catalino se presentó y donde le fue bastante mal: en su primer toro ni pena ni gloria y en el segundo, no pudo matar al novillo y lo tuvieron que regresar a los corrales.

El novillero iba cabizbajo y se paró frente a un  cartel de la temporada donde se anunciaban todas las fechas, todavía le quedaban dos tardes. Dejó en el piso un bulto con su capote, su muleta y unos estoques. Sacó de una pequeña maleta una Coca Cola y la destapó.  Luego caminó unos metros y se sentó en la banqueta frente al Estadio Azulgrana casa de los Toros de Insurgentes, abrió el periódico y se puso a leer la crónica del partido donde los Toros le ganaron 3-0 al América. Siguió hojeando, hasta atrás venía la noticia de la pésima tarde que tuvo, apenas recorrió la mirada sobre las letras color sepia y cerró el periódico.

Catalino tomó sus cosas y comenzó a caminar hacia la estación del metro San Antonio. Iba pensativo a media calle cuando sintió pasar muy cerca una camioneta Cherokee a toda velocidad.

—¡Hijo de puta, maneja con más cuidado! —gritó enfurecido.

A 10 metros la camioneta se frenó y se echó en reversa. Catalino dejó en el suelo sus cosas pensando que el incidente acabaría a golpes.

El conductor de la Cherokee bajó el vidrio de la camioneta —¿Catalino? —preguntó mientras se quitaba los lentes negros.

Catalino se sorprendió al ver que el conductor era Alfredo “el Troyano” Gutiérrez, centro delantero de los Toros de Insurgentes, un delantero de leyenda.

—Sí, tú eres el Troyano —contestó emocionado—, oye, casi me atropellas —dijo entre risas.

—Es para que aprendas a usar las banquetas, vas a media calle, ¿quieres torear coches o qué? —contestó el ariete con muy buen sentido del humor—, ¿a dónde vas?, te llevo.

—Mi casa está hasta Buenavista, pero hay mucho tráfico.

—Qué va, no es nada, súbete, tengo suficiente tiempo —Alfredo se bajó para ayudar a Catalino a subir sus cosas en la cajuela de la camioneta.

—Oye ¿cómo sabías que era yo? —preguntó Catalino.

—Pues soy muy aficionado a la fiesta, ayer tuve la oportunidad de verte, estuve en la plaza. Ahorita vengo saliendo del entrenamiento y te reconocí, te vi por el espejo exactamente cuando me estabas mentando la madre.

Los dos se rieron.

—No pasa nada, y bueno, vaya tarde que tuve ayer —dijo Catalino abriendo el periódico donde venía la nota de su mal lograda faena.

—Todos tenemos malas tardes, a diferencia del primer toro, en el segundo estuviste muy bien, si hubieras matado al animal por lo menos te llevas una oreja, pero venga, vendrán más oportunidades.

—Sí, lo sé, pero esta era mi primera vez en la México y mira que fiasco.

—Bueno, cuando debuté con Cruz Azul, en un partido contra Pumas fallé dos claras de gol, una sin portero donde rebané la bola, ¡era mi debut! Regresé al segundo equipo seis meses, nadie daba un peso por mi después de aquella tarde.

El futbolista y el novillero platicaban atrapados en el tráfico de la Ciudad de México.

—Me sé esa historia, he visto cientos de veces esos errores tuyos en Youtube, soy aficionado de corazón a la máquina —comentó Catalino.

—Recuerdo cuando empecé en este negocio del futbol, hasta los 22 años empecé a ganarme lugares en el cuadro titular y fue hasta que tenía 25 que gané mi primer título de goleo.

—Oye, recuerdo aquel triplete que metiste esa temporada, en tu primer título de goleo, yo estaba en el estadio, fue contra Toros Neza,  yo tenía 10 años —Catalino estaba emocionado por estar platicando con uno de sus ídolos.

—De hecho la próxima jornada jugamos contra Cruz Azul, es el equipo de mis amores, pero les tendré que clavar uno que otro gol —dijo Alfredo mientras espejeaba manejando sin mucho cuidado.

—Eras mi ídolo —le confiesa Catalino—, cuando jugaba en la cuadra siempre pedía ser el Troyano, luego te fuiste a jugar al América y me caíste gordo por traidor. Tiré a la basura todas las revistas y los posters donde salías.

—Así es este negocio —Alfredo se rio.

—Ahora en Toros la afición te adora, y en Cruz Azul te recordamos con gran cariño.

—Ya veo que eres gran aficionado al futbol, ¿nunca pensaste ser futbolista?

—Muchas veces, pero nunca me probé, jugué desde niño, luego en la secundaria y en la prepa —Catalino hizo una pausa y suspiró—. La fiesta brava es el problema que ahorita tengo, me estoy cuestionando si realmente quiero ser torero.

—¿El problema que tienes? —le pregunta Alfredo—. ¿Quién puede dedicarse a algo que considera un problema?

Catalino alzó los hombros.

—Estás chavo, tienes tiempo para ver a qué te quieres dedicar. ¿El futbol no te apasiona tanto como la fiesta brava? —preguntó nuevamente Alfredo.

—Cómo no, toda mi vida he visto y jugado futbol, en la escuela jugaba en la media cancha, era volante izquierdo, soy zurdo, por eso yo creo que toreando me luzco con los naturales.

—¿Cuántos años tienes?

—diecinueve.

—¿Qué va? Eres un chamaco, todavía te puedes meter a estudiar, o bien, ¿por qué no vas un día a probarte con los Novillos de Insurgentes? nuestro equipo de la segunda división. ¿Qué tal si el futbol es lo tuyo y no las corridas? Yo podría recomendarte, pero primero tengo que verte jugar para que no me hagas quedar en ridículo.

—¿Es neta?

—A huevo que sí, en Toros se hace lo que digo, es mi equipo —Alfredo bajó un poco la voz—. Te voy a confesar algo, yo palomeo las alineaciones, así que mañana ven al entrenamiento, te espero en la puerta de acceso a las 9 en punto, llévate tus cosas, yo me encargo de lo demás, te veo jugar y si la armas, te pruebas en los Novillos, digo, de novillero a jugador de los Novillos, tu destino puede estar trazado —Alfredo le daba ánimos.

Llegaron a casa y se despidieron. Esa tarde Catalino estuvo pensando en la posibilidad de ser futbolista, parecía una broma, pero no dejó pasar la oportunidad de ir a jugar con su ídolo de la infancia; al otro día se presentó en el Estadio Azulgrana como Alfredo le había indicado.

Catalino llevaba zapatos, vendas y espinilleras, ahí le prestaron un uniforme, se preparó y Alfredo lo mandó a la tribuna y le dijo: —va a haber un cuadrangular, vas a jugar en mi equipo, acuérdate que aquí se hace lo que yo digo, pero yo te aviso.

El delantero se dirigió con el Pelusa, un argentino que era entrenador de los Toros. Se quedaron hablando unos minutos y Catalino veía le escena de lejos, el entrenador hacía gestos de reproche, Alfredo volteaba hacia donde estaba Catalino y con el brazo lo señalaba y luego daba manotazos en el aire. Se veía un ambiente de tensión. Después de unos minutos, el Troyano le pegó un grito a Catalino para que se acercara.

—Mira niño, no sé quién carajos seas, pero aquí hay que complacer a las vedettes del equipo, vas a jugar, pero si lesionas a uno de mis jugadores te rompo la cara —le dijo el Pelusa bastante malhumorado. 

—Gracias, profe —dijo Alfredo, guiñándole el ojo a Catalino.

Catalino se fue a la media cancha, no podía creer que estaba jugando en el entrenamiento de un equipo profesional. Empezó el partido y su equipo tocaba bien la bola. Catalino se ubicaba bien en el campo. Habían pasado 15 minutos cuando Catalino recibió una pelota, la adelantó tantito, y cuando sintió la marcar de Fabricio Mendizábal, le hizo una finta y luego pasó el balón entre sus piernas; ese caño hizo que todo el equipo soltara una carcajada. Mendizábal, tres veces mundialista con Uruguay, se quedó privado del enojo.

Fueron pasando los minutos y el entrenador veía que Catalino sabía pararse en el campo. En una jugada, volvió a recibir el balón y recorrió el campo unos 8 metros dejando a dos rivales en el camino, levantó la cara y vio que Alfredo pedía la bola, Catalino sacó un pase a nivel del pasto con la parte externa de su pie izquierdo, filtradito hasta los pies de Alfredo quien controló el esférico y sacó un riflazo que se estrelló en uno de los postes; en seguida volteó y le aplaudió la asistencia.

Catalino tenía una zurda privilegiada, ponía centros exactos, tenía un control estupendo de la bola, el Pelusa estaba hipnotizado con el tremendo juego que daba el torerito, mote con el que lo empezaron a llamar en el partido. En la mente de Catalino el rival era un toro bravo, cada que driblaba sentía que hacía chicuelinas; esa combinación, de sentir que toreaba al jugar futbol, hacía que sus movimientos fueron muy estéticos, una obra de arte con el balón.

El Pelusa hizo un cambio, sacó de la cancha a Catalino y este pensó que las cosas no habían salido bien, pero en cuento dejó el partido el Pelusa lo llamó:

—¿Dónde carajos te vio el pelotudo de Alfredo?

—Nos conocimos ayer.

—A ver, torerito, ¿cómo está eso de que quieres ser torero? —le preguntó.

Catalino, tímido, bajó la mirada y se quedó viendo al pasto sin decir nada.

—Tenés cualidades, boludo, yo te puedo mandar a probarte a segunda, pero vaya, tendrías que dejar esa payasada de las corridas, además es una salvajada, dejar eso, venite a jugar, ¿qué te detiene, pibe? —le preguntó el Pelusa.

—Mire, tengo varios contratos en la México y no puedo cancelarlos, son a tres meses, más otras fechas en provincia, y pues en ese tiempo no podría dejar la fiesta brava —contesto Catalino con un dejo de tristeza.

—Pues entonces no nos quités el tiempo, si te querés quedar en el equipo tiene que ser ya, pero tendrías que dejar la fiesta. ¿Cuánto ganás vos? —preguntó el Pelusa.

—Pues casi nada, el pago es en oportunidades; por ejemplo, torear en la Plaza México eso ya es un pago, y pues tengo que ser figura para empezar a ganar dinero —contestó Catalino.

El Pelusa, había dejado de seguir el partido de sus jugadores. —Bueno, acá los pibes de segunda ya ganan su dinerito, ni siquiera están en primera, así que pensarlo —concluyó el Pelusa.

Pasaron los días y Catalino siguió entrenando en la México, pero no dejaba de pensar en el tema de convertirse en futbolista. Vendría una nueva oportunidad en La Monumental y le vino una idea a la cabeza que no comentó con nadie, el futbol le había picado el orgullo. Llegó el día de la novillada y Catalino estaba listo para revolucionar la fiesta brava.  Se vistió con su traje de luces, emocionado de lo que vendría esa tarde. Salió al ruedo para partir plaza y sonó la bellísima ‘Cielo Andaluz’  y el graderío, que estaba a la mitad, gritó el tradicional ole.

Vino su primer novillo y lo toreó medianamente, lo que traía preparado vino para su segundo de la tarde, al cual recibió hincado frente a la puerta de toriles, haciendo un farol de rodillas. Siguió con verónicas, bien plantado al piso, y luego una serie de Chicuelinas. La gente le pagó con palmas. Vino el turno de los picadores y luego Catalino se encargó de poner los tres pares de banderillas, su especialidad. Todo iba muy bien. En barrera de primera fila de sombra vio que estaba Alfredo, ese medio día los Toros de Insurgentes le habían metido 4 goles a Gallos  con triplete del Troyano y el  equipo se posicionó como líder de la liga.  Catalino se acercó y le brindó el toro a Alfredo:

—Crack, te brindo esta faena en agradecimiento por haber cuestionado el destino de mi vida, va por ti —Catalino le dio la espalda y le aventó la montera. Alfredo se sintió muy honrado.

Catalino le pidió a su apoderado que le detuviera la muleta, se metió al callejón y de una maleta sacó un balón de futbol que aventó al ruedo, saltó la tabla y comenzó a dominar la pelota. La gente se comenzó a poner de pie, su apoderado se quedó sin palabras, sintió pena, vergüenza, al ver lo que Catalino estaba haciendo. Catalino comenzó a pelotear con las tablas y les pidió a sus subalternos que se llevaran al novillo hasta el otro lado del ruedo. Estando el animal hasta allá, adelantó el balón unos dos metros y se paró como si fuera cobrar un penal, llamó al animal: ¡Aja toro!, el novillo dejó ir su furia contra Catalino, este a su vez comenzó a correr hacia el animal controlando la bola y estando a unos dos metros, con total sangre fría y con una técnica individual espectacular, Catalino levantó el balón con el talón de su pie derecho y el empeine del izquierdo pasándolo por detrás de él y por arriba del toro ante el ole del público. Luego, Catalino y el novillo se volvieron a topar de frente, pero con una gambeta dejo al toro del lado; volvió a citar al toro para levantar un poquito el balón y hacerle un sombrerito dando una vuelta y esquivando al animal a pocos centímetros de ser cogido, la gente estaba encendida; ya por último, teniendo al toro cerca del burladero, este le envistió y lo dribló haciendo un pared con las tablas. El novillo se llamaba ‘Cilantrito’. Catalino se había echado a la gente a la bolsa quien aplaudió todas sus nuevas suertes,  tomó el esférico con su mano derecha, se paró a mitad del ruedo y agradeció al público sus ovaciones, luego despejó el balón hacia la grada y corrió hacia su apoderado para tomar la muleta, este estaba que echaba lumbre:

—Cato, eso que acabas de hacer es una falta de respeto para la fiesta brava, !estás tarado o qué!

—¿Cuál falta de respeto? Mira a la gente, quedó encantada con mis suertes, y dame la muleta que voy a sacudir a este animal.

Catalino toreó a ‘Cilantrito’ con derechazos y naturales, el novillo envistió las veces que quiso; en cada serie terminaba con bonitos pases de pecho y el público se le entregaba con oles y aplausos, pero venía su coco, la suerte de tirarse a matar, la suerte que no dominaba por completo, apenas tres semanas antes un novillo se le fue vivo al corral. Catalino y el astado quedaron frente a frente; el diestro se preparó, se hizo un total silencio en la plaza y en dos segundos Catalino dejó ir el estoque hasta el fondo. El público se levantó de su asiento pidiendo las orejas y el rabo. Cuando acabó la corrida, Alfredo bajó al ruedo y cargó en hombros a Catalino para salir de la plaza hasta Av. Insurgentes. Al otro día  ‘Ovaciones’ tituló su portada  “Crack del ruedo” con la foto de Alfredo cargando a Catalino.

Las escenas dieron la vuelta al mundo, en México había un torero futbolista. Catalino comenzó a llenar las plazas de provincia con sus suertes con el balón, y fuera de la Ciudad de México podía hacerlas acompañadas con bellísimos pasos dobles, lo que embellecía el espectáculo. Era un fenómeno, todo mundo hablaba de él. Aparecía en portadas de revistas y lo invitaban a entrevistas. Iba perfeccionando su técnica individual frente a los astados. El torero futbolista,  le decían; otros lo empezaron a llamar Crackalino de la Vega.

Vino su última fecha en la México donde volvió a triunfar. Ya se hablaba de una gira por las plazas de España. “A ver si no lo ficha el Real Madrid” se escuchaba en los programas deportivos, pero antes de que firmara alguna gira por el viejo continente. Alfredo, el Pelusa y el presidente de los Toros de Insurgentes, fueron a ofrecerle un contrato que sería muy difícil rechazar. Lo citaron en un restaurante cerca a la Ciudad de los Deportes, Catalino llegó con su apoderado, quien lo dejaría de ser para convertirse en su representante, pues dejaría la arena de los ruedos para ir a debutar al terreno de juego. El chaval se había convertido en un fenómeno y junto con el contrato venía un interesante plan de marketing. Faltaban 3 fechas para terminar la temporada, la Liga Premier Mexicana permitía el registro de jugadores debutantes en cualquier momento, así que la directiva decidió que Catalino llegara directó al  primer equipo, todo con el aval de Alfredo y el Pelusa, que tres meses antes habían quedado fascinado con el futbol del torerito. 

Para que Toros de Insurgentes se coronara, tenía que ganar sus tres encuentros restantes,  ya que Chivas y América se posicionaban en segundo y tercer lugar respectivamente con posibilidades de alcanzar el liderato de la tabla si Toros perdía puntos. En la Liga Premier Mexicana, campeonaba el primer lugar de la tabla general. La ventaja para los Toros es que dependían de ellos, tres triunfos al hilo y llevarían una copa más a sus vitrinas. Al otro día se anunció el espectacular fichaje de la temporada y Catalino se incorporó a los entrenamientos.

Llegó el fin de semana y Catalino salió a la banca. El primer encuentro de los tres que quedaban, fue contra Monterrey.  Toros lo ganó apenas 1-0, con gol de Mendizábal. La penúltima fecha del torneo fue decisiva en Guadalajara, ya que las Chivas aspiraban al título y Toros le ganó al Rebaño sobre el final del partido 0-1 con gol del Troyano, lo que dejó a Chivas en el camino. Habían pasado dos encuentros y Catalino no debutaba. Llegó el último partido de la temporada y Toros enfrentaría a San Luis quien tenía que sacar un empate o ganar para no descender, por lo que el partido se complicaba un poco. Si Toros ganaba el partido levantarían la copa, pero si perdían o empataban y a la vez, el América ganaba, la copa iría a las vitrinas de Coapa.

Los dos partidos entre los involucrados por el título, América y Toros de Insurgentes, se jugarían a la misma hora. Uno en el estadio Azteca y otro en el Azulgrana. El de Toros comenzó muy trabado, con nulas posibilidades de gol, y se fueron al medio tiempo empatados a cero goles. Catalino seguía sin debutar. Entrando al vestidor, entre los reclamos que se hacían por jugadas desaprovechadas, se enteraron que el América iba ganando 2-0 al Atlas lo que ponía más presión al partido. 

Para el segundo tiempo Toros hizo dos cambios. Iniciando la parte complementaria San Luis se va arriba en el marcador con un gol tempranero, una victoria o un empate los salvaría del descenso, faltaba toda la segunda mitad, pero San Luis se dedicaría a defender y Toros se desbocaría al frente. El margen de error era de cero para los Toros, un contragolpe de parte de los potosinos que terminara en gol sería letal para los de Insurgentes, que estaban teniendo muy poca efectividad al ataque.

El Troyano Gutiérrez daba de gritos porque las jugadas no salían y el Pelusa, sin encontrar la fórmula que pudiera marcar los dos goles que necesitaba, volteo a la banca y les pidió a todos que salieran a calentar. Catalino estaba ansioso de debutar, pero si en los partidos anteriores no había jugado, en ese que representaba una final, sería más difícil que entrara a la cancha. Catalino, el torero se había convertido en un toro, en un toro de Insurgentes.

Faltaban 20 minutos para que acabara el partido. Toros perdía en su cancha y el América ya ganaba por 3 goles en el Estadio Azteca. El Pelusa llamó a Catalino, iba a debutar en primera división en un partido de alto voltaje. Recibió las instrucciones y quien antes daba faenas en el inmueble de enfrente, en la Plaza México, ahora tenía que dar una espectacular faena en el  Estadio Azulgrana para levantar la copa. Era el tercer y último cambio para los locales.  El sonido anunció el relevo y Catalino, arrancando pasto y persignándose, entró para tratar de empatar el partido y luego ganarlo, dio indicaciones a sus compañeros, tocó su primer balón y recibió una patada artera del rival que ameritó una tarjeta amarilla.

Toros se reacomodó en la cancha, presionaba por las bandas y mandaba centros que no se convertían en gol; pero la primera genialidad de Catalino vendría faltando 5 minutos para terminar el encuentro, tomó un balón en la media cancha y entró en una especie de trance, sintió que toreaba a 11 astados replegados en su territorio. Avanzó con la pelota controlada, se quitó la barrida de un hombre y tocó el balón con un compañero, éste hizo la pared y Catalino filtró la pelota  para el Troyano, quien de media vuelta bombeó el balón ante la salida del portero para mandarlo al fondo de la red empatando el partido.

Toros tenía contra las cuerdas a San Luis. Presionaban sin tregua, pero quedaba poco tiempo.  Catalino recibió un balón pasando la media cancha y mandó un pase a Alfredo quien estaba habilitado y en posibilidad de marcar, pero antes de entrar al área, recibió una zancadilla por detrás, el estadio se enardeció y el árbitro no dudó en sacar la roja al agresor. La mala noticia es que Alfredo no pudo continuar por lesión y el equipo ya no tenía cambios.  Ambos cuadros se quedaron con 10 hombres.

Alfredo miraba incrédulo desde la banca el final del partido, pero confiaba en su amigo, aquel al que impulsó a ser futbolista; el tiempo transcurría y San Luis estaba fulminado, el empate los salvaba del descenso. Llegó el minuto 90 y el árbitro agregó 3 más. Las esperanzas de Toros no morían, un último intento para ganar la copa se vino por el lado derecho, de los pies de Mendizábal. Catalino se descolgó y entró al área enemiga, cerca del manchón penal esperaba un centro que pudiera rematar, alzó un brazo pidiendo el balón. Por la banda derecha,  Mendizábal tocó el esférico con el Gonzo Ramírez, este a su vez hizo la pared para que Mendizábal centrara la bola hacia donde Catalino estaba parado: el torerito visualizó un toro bravo convertido en balón, el pasto se convirtió en arena; las vallas publicitarias fuera del campo se convirtieron en el burladero; el uniforme de los Toros se convirtió en traje de luces; levantó los brazos, saltó y remató con la cabeza simulando clavar un par de banderillas para mandar el balón al fondo de las redes. Golazo y silbatazo final.  ¡Los Toros eran campeones de la Liga Premier Mexicana! El estadio Azulgrana se llenó de pañuelos blancos pidiendo orejas y rabo para el hombre que les dio la corona. Alfredo, cojeando, llegó hasta Catalino para abrazarlo, la fotografía quedó nuevamente para portada de primera plana. El periódico ‘Record’ tituló su edición del día siguiente como “Catalinazo”. El novillero había ganado su primer título con los Toros de Insurgentes, y años después, voló hasta España para jugar con el Real Madrid, consagrando una carrera brillante, sintiendo la nostalgia de no haberla consagrado en Las Ventas sino en el Santiago Bernabeu.

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