Tengo aquí en mis manos un libro titulado ‘Domiro’. ¿Quién fue Domiro García Reyes? Fue un miembro del desaparecido Estado Mayor Presidencial y encargado de la seguridad de Luis Donaldo Colosio en 1994. El libro compila el testimonio —la crónica que hace Domiro desde los meses finales de 1993 hasta el asesinato en Lomas Taurinas—; dos entrevistas que le hacen en febrero de 1996, casi dos años después del asesinato de Colosio; y la transcripción de una grabación donde Domiro se defiende cuando el apartado de justicia del gobierno de Ernesto Zedillo lo culpó de participar en el asesinato de Luis Donaldo. Dicha recopilación —el testimonio, las entrevistas y la transcripción de la grabación—, está hecha por los periodistas Joaquín López Dóriga y Jorge Fernández Menéndez.
El libro se convierte en fuente primara, es la voz de quien tenía una tarea fundamental para la propia gobernabilidad y estabilidad del país: cuidar al candidato del oficialismo. En su testimonio Domiro narra lo que fue el proceso de sucesión presidencial desde la mañana del 28 de noviembre de 1993, cuando el general Arturo Cardona, jefe del Estado Mayor Presidencial, le llama y le pide que se presente en la oficina del presidente Carlos Salinas, reunión donde le informan que estaría al servicio del precandidato del partido, de Colosio. Para Domiro, aquella responsabilidad le representaría convertirse en jefe del Estado Mayor, cuando Colosio fuera presidente.
En su testimonio, Domiro se concentra en varios temas, uno de ellos, es en el fallo evidente que hubo en el aparato de seguridad del candidato, y si bien era su responsabilidad, su visión del tema chocaba con la que tenía Colosio. Imagínense que hay alguien capacitado para cumplir este tipo de responsabilidades, un general del ejército que tiene que cuidar a un candidato que quiere ser abrazado y quiere tener contacto con la gente.
En lo político, Colosio nunca sintió tener bien amarrada la candidatura, Manuel Camacho Solís, se convirtió en una piedra en el zapato, y por lo mismo Colosio quería tener ese contacto directo con las bases, con el pueblo, abrazas a las señoras, cargar a los niños, ya saben, hacerse de un liderazgo popular, mientras tanto él y Domiro se friccionaban por ese tema, el de la seguridad. Por ejemplo, el 8 de diciembre de 1993, cuando protestó como candidato del PRI, de mala gana aceptó que se pusieran barreras para el control de la gente. Aunque a Colosio le dieran razones de la importancia de la seguridad, siempre ponía trabas.
Domiro en su testimonio analiza el ambiente político, era alguien que no solo se encargaba de cuidar al candidato, sino que se adentraba en los periódicos, leía a los analistas y medía la temperatura, sabía leer entre líneas, por ejemplo, señala la forma como la prensa reacciona a la figura de Ernesto Zedillo, quien funge como coordinador de campaña de Luis Donaldo, y que muchos analistas lo toman como candidato suplente, como si algo fuera a pasar, y eso varios meses antes de Lomas Taurinas, pero ¿qué se decía? Se hablaba de una “pérdida irreparable” se hablaba de “contingencia irreparable” de “ausencia”, eras suposiciones escritas en artículos de opinión meses antes del crimen, y ante ese escenario salía la figura de Ernesto Zedillo.
A Colosio se le ve como alguien débil, debilidad que contrasta con la fortaleza del presidente Salinas. Se habla de un Maximato, Domiro menciona que la sombra de Salinas sobre Colosio es la sombra de Calles sobre Cárdenas. En términos generales no se ve una candidatura seria, sólida, algunos las ven hasta como broma.
Domiro analiza el protagonismo que se le dio en los medios de comunicación al gran perdedor de la trama de la sucesión, a Manuel Camacho Solís, quien se decía que sería el ungido por Salinas para sucederlo en el poder, cosa que no fue así. Camacho, entre todos los que tenían intenciones de ser candidatos a la presidencia, es el único que no acepta su derrota. Al contario, al día siguiente de la designación de Colosio, Camacho renuncia a la jefatura del Departamento del Distrito Federal y ocupa la Secretaría de Relaciones Exteriores, llevándose los reflectores, en ese cargo dura poco más de un mes, porque en enero de 1994 es nombrado comisionado para la Paz y la Reconciliación en Chiapas, así que bajo este ambiente, todos hablaban de Camacho Solís, quien ocupa las primeras planas, las notas principales en los noticieros, mientras que la campaña de Luis Donaldo Colosio pasa desapercibida. Se va generando un ambiente de mucha confusión porque se hablaba de la posible sustitución del Colosio por Manuel Camacho.
Y bueno, Colosio quería mostrarse como un líder de masas, y hubo incidentes que vulneraron relativamente su seguridad, y de ello la prensa hablaba. Pero a Colosio, según las palabras de Domiro la seguridad le molestaba, más cuando Camacho Solís seguía haciendo su juego para hacerse de la candidatura.
Domiro narra todos los problemas de logística, cuenta cuando el presidente Salinas dio un manotazo de autoridad, donde dice una frase que quedó en el argot político. El “no se hagan bolas” aclarando que el candidato del PRI era Colosio y nadie más. Prácticamente, pocos días antes del crimen de Colosio, Camacho Solís, suelta el sueño presidencial y declara que no buscará más ser candidato, mientras en oscuros y desconocidos lugares, el sistema político mexicano, planeaba el crimen de su propio candidato.
Esta recopilación que logran López Dóriga y Fernández Menéndez es valiosa desde el punto de vista periodístico ya que nos acerca a quien falla en un tema tan trascendental, que es la seguridad del candidato, pero que a la vez, no significa que haya tenido algún tipo de participación en tan lamentable suceso. Domiro García Reyes, vivió tiempo después un ostracismo por tan lapidaria falla, de la cual acepta su responsabilidad técnica, pero de la cual se defiende, muy dignamente, cuando lo quieren culpar de un crimen que no cometió.