jueves, enero 23

Otis, de Juan López

En días pasados leí un libro titulado ‘Otis’ del periodista Juan López, una crónica que relata la fatídica noche entre el 24 y 25 de octubre de 2023 —y días posteriores— cuando el huracán Otis pegó con saña desmedida al puerto de Acapulco. A la 1 de la tarde del día 24, Otis era categoría 1; para las 9 de la noche, ya era categoría 5. Nadie estaba preparado para tan exponencial ascenso. El texto, de poco más de 200 páginas, te lleva primero a conocer la magnitud de la tragedia y luego, te adentra en la fascinante historia del puerto de Acapulco. El huracán no solo golpeó la infraestructura, también lastimó la historia, la memoria. Otis fue un parteaguas para el puerto, y Juan ocupa sus amplias lecturas, cita a Neruda: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.

Escribo esto desde la ciudad de Querétaro, lugar donde la naturaleza rara vez se ensaña con nosotros. Ya pasó un año de aquel 24 de octubre. Aunque vi las noticias y entendí la magnitud del desastre, en lo personal jamás dimensioné lo que realmente ocurrió. A veces así somos, distraídos, nos encerramos y no rompemos los muros de nuestro individualismo para levantar la mirada y profundizar en otras problemáticas, las ajenas, y miren que en este país hay un arsenal de tragedias que podrían sensibilizarnos. Así que cuando leía ‘Otis’, me pareció estar leyendo algo de lo que nunca supe realmente; lo que sabía de aquel desastre era apenas poco más que nada. El libro de Juan López ofrece una perspectiva cruda, real, muy personal, de lo que le sucedió a Acapulco. “Otis fue el diablo disfrazado de tornado”, escribe el autor, quien narra desde el momento exacto en que el huracán, ya convertido en categoría 5, arremetió contra el puerto, hasta los días posteriores, cuando la ciudad se quedó rota, sin luz, sin comida ni agua, con un millón de personas afectadas.

‘Otis’ es una crónica cargada de fuerza. López, periodista y sobreviviente a la vez, nos da un testimonio construido con lenguaje literario. La estética de su prosa permite dimensionar la tragedia. Juan López hace uso de la metáfora: inicia dirigiéndose al fenómeno natural, le habla como si fuera una persona, como si a Otis hubiera que recordarle el desastre que causó porque no lo recuerda. Con coraje, lo enfrenta: “Además de inexplicable, fuiste como el terror, indecoroso,” le reprocha.

Juan nos cuenta que la ciudad se quedó sin luz. Los acapulqueños recibieron el impacto del huracán a oscuras. Había que baja el switch del sistema eléctrico. El autor narra como percibió el paso del tiempo. Un ejemplo de la teoría de la relatividad de Einstein: horas que fueron eternas. La noche triste, como le llama, dio paso a un 25 de octubre silencioso. En medio del desastre, el autor entendió su facultad humana, y dice que, a estos, a los humanos, a nosotros, no se nos puede pedir heroísmo.

La mañana del 25 de octubre, en aparente calma, convertido ya en sobreviviente, Juan salió a las calles y se encontró con una ciudad transfigurada. Los lugares emblemáticos de Acapulco eran irreconocibles. Creo que le fue imposible no ir al almacén de los recuerdos, como cuando en la plaza del zócalo vio a la bella Silvana, afinada estrella italiana que triunfaba en Hollywood, acompañada de un costeño latín lover. Juan va por el camino de la memoria colectiva, esa que quedó graba en el espíritu de la calle, por donde pasaron caminando los grandes del cine estadounidense de mediados del siglo pasado. Ahí dónde hay memoria, Otis dejó heridas abiertas. Ahí donde estaba la ceiba centenaria, Otis dejó un árbol tirado. Donde el Flamingos congregó a la meca del cine, Otis dejó destrucción. Juan nos habla del Acapulco glorioso, el de la pandilla de Hollywood, que hicieron del Flamingos su casa después de que los aliados ganaron la segunda guerra mundial y hasta los años ochenta.

Juan hace un homenaje a todos aquellos famosos, y a los que no lo son, que hicieron un esfuerzo para ayudar a Acapulco. A los que mandaron ayuda, ya fuera comida, agua, medicinas, etc. Igualmente teclea con fuerza para señalar a los ausentes, a los acapulqueños de conveniencia que brillaron por su ausencia: políticos y otros famosos que se olvidaron del puerto. Reivindica el papel de los militares, de los trabajadores de la CFE, rinde homenaje a quienes, trabajando por levantar a la ciudad caída, perdieron la vida.

Juan va y retoma el testimonio de otros, de taxistas, mujeres, ancianos que dieron una postal en medio de la confusión, del lodo, de la pestilencia, del desabasto. Igualmente, siempre hubo desconocidos que llevaron esperanza. Aquellos que tuvieron la sensibilidad para moverse e ir a dar algo ¡Vaya fenómeno! Desde la indomable naturaleza, hasta las diferentes reacciones del comportamiento humano ante semejante impacto.

En ‘Otis’ leí una historia de Alberto Aguilera, ese joven flaco, pobre, medio desnutrido que hace muchos años pidió unas empeñadas mordisqueadas para comer y el dueño del lugar, don Beto Bello, le sirvió una comilona una y otra vez, y luego, un día, el muchacho se fue y apareció en televisión cantando “no tengo dinero, ni nada que dar”. Aquel se convirtió en Juan Gabriel y regresaba cada año en el cumpleaños de Don Beto Bello a cantarle personalmente. Así como esta, hay muchas historias, que nos hacen conocer a Acapulco.

La tragedia nos pone en perspectiva, parece que Juan hace también un ensayo sobre la moral, pone en su lugar a todos aquellos que se incomodaron, que levantaron la voz, contra las escenas de rapiña. Hace un recorrido por los grandes saqueos que se han dado a lo largo de la historia. La opinión pública muestra mucha indignación cuando alguien se roba un refrigerador en medio del desastre, pero Juan nos da a conocer el saqueo centenario del colonialismo español, de la iglesia católica, del imperio británico y de la colonia francesa en África. Nos habla hasta del Fobaproa, y al leer aquellos argumentos, el robo de un refrigerador nos parece peccata minuta. “Calificar de desliz vergonzoso la rapiña habida a la colisión posterior de Otis pasa cuando se desconoce la historia del mundo”, escribe.

El espacio que ocupo para hablar del libro de Juan López resulta insuficiente. Obviamente, me quedo corto en la infinidad de detalles que nos regala. Fascinante fue conocer las historias extravagantes de Jean Paul Getty, quien construyó el hotel Pierre Marqués, el cual nunca conoció; igualmente las historias de Dan Ludwig y su icónico Princess, como la de Alfried Krupp y su impúdica fortuna. Descubrí ‘Otis’ en los estantes de El Sótano, puedo decir que leí un texto hermoso sobre algo horrible. La prosa de Juan López es fina, es profunda, es nostálgica, es culta. Es un texto que no solo retrata lo que fue Otis desde múltiples ángulos, sino que también convierte a Acapulco en literatura. Nos recuerda que el puerto, herido por la naturaleza, la violencia y los malos gobiernos, sigue siendo un lugar emblemático para México.

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