Ernesto se despierta, se incorpora. Ve la hora en su Apple Watch. Aleida sigue dormida. Ernesto acaricia su espalda descubierta. Ella hace una mueca. Su piel morena contrasta con las sábanas blancas de la king size. Suena una guitarra: Sex on fire. ¿Están grabando un comercial? No se sabe porque la imágenes son borrosas. Ernesto se pone unas mallas Adidas, tiene el abdomen y los bíceps fuertes y marcados. Abre la cortina: en Manhattan está amaneciendo y en el reflejo del vidrio se ve la cara del Che con su barba desarreglada y el fondo lleno de edificios. Una toma de arriba nos da la perspectiva del loft donde viven el argentino y la cubana. En una pared de ladrillo lucen obras de Andy Warhol y en otra un escudo del Independiente y la foto del Che Guevara. Ernesto se dirige a las cintas del TRX. Hace ejercicio, suda, los mechones de su pelo se empapan. Aleida se despierta, se sienta en la cama y cubre su pecho con las sábanas, deja caer su pelo negro de un lado del cuerpo. Ernesto ahora va a una barra y levanta su cuerpo 25 veces. Aleida sonríe y le toma una foto con su Iphone, la sube a Instagram llena de filtros.
Ernesto entra al baño, recarga los puños sobre el lavabo de cristal templado, se mira en el espejo, se sonríe, se gusta, posa, se toma el cabello para hacerse una cola, se lava los dientes, en el músculo de su brazo derecho tiene tatuado una imagen budista. Se acaricia la barba. Abre la regadera. El baño se cubre de vapor. Aleida entra y se sienta a orinar mientras hojea Cosmpolitan. Ernesto recorre la puerta de vidrio, se seca, mira a Aleida, ella sonríe, se ríen, juegan. ¿Qué producto están anunciando? Ernesto y Aleida van a la cama. Tienen sexo. Una toma dibuja sus contornos oscuros contra la luz que entra en aquel piso.
Ernesto mira el closet, 45 camisas blancas, 25 trajes: Armani, Hugo Boss, Emenegildo Zegna, Tommy Hilfiger, Enzo D Orsi. Aleida prepara café. Ernesto se abrocha los puños de la camisa con unas mancuernillas. Escoge un traje azul, la corbata tiene rayas cafés y naranjas. Los calcetines son oscuros y tiene cuadros azules y grises. Cinturón y zapatos cafés. En las noticias se habla sobre la toma de protesta del presidente Alberto Fernández. La nota es que Cristina Fernández de Kirchner y Mauricio Macri apenas se saludaron. “Boludos de mierda” dice Ernesto mientras guarda su computadora Mac en el portafolio.
La puerta del elevador se abre. Ernesto se alcanza a ver en el espejo antes de salir. Un piso lleno de carros. Se sube al BMW. Ernesto avienta su portafolio hacia atrás. El sol pega en Central Park. Ernesto saca sus lentes negros, toma fuerte el volante con una mano, con la otra baja el vidrio, acelera, a veces viaja en metro, esa vez no.
En otra parte del mundo, Andrés abre los ojos, entre la oscuridad enciende una lámpara. Se tarda fracción de segundos para entenderse en el mundo fuera del sueño. La Ciudad de México entona los sonidos de un día cualquiera. Andrés busca la hora en el teléfono. Son las seis y media de la mañana. Andrés nunca ha podido cruzar la mirada con Ernesto, porque él mira hacia la nada… ahí está colgado en la pared, en la famosa foto que lo inmortalizó. —¡Qué susto me has dado, Che! — dice Andrés, dejándose caer nuevamente en la cama, y cerquita de ahí, en Querétaro, yo termino de escribir esto.