jueves, abril 18

Virilidad Futbolera

La amistad tiene la magia de mostrar un prisma diferente a las mismas anécdotas y a los mismos chistes que venimos contando 20 años atrás. Mis amigos y yo hemos hablado de futbol y política en todo este tiempo (desde que éramos pubertos hablábamos del EZLN). Nuestros chistes están constituidos por el humor negro, el simplismo y lo soez. Y prácticamente son muy parecidos en sus formas desde que nos hicimos amigos en la secundaria (hoy tenemos casi 40 años).

Las reuniones de hombres tienen sus maneras de ser, en la actualidad y ante los debates de género habrá quien diga que se tendrían que “deconstruir” esas formas cómo nos relacionamos los amigos (varones) de toda la vida. Y ya no hablamos de los grupos del Whats entre amigos, que terminan siendo un monumento a la misoginia, donde el que manda más mujeres desnudas parece ser el más hombre, y los otros, para no quedarse atrás ponen todo comentario aludiendo a la sabrosura de “las viejas” (así, para mostrar la machindad).

Estamos en El Faro, una cantina emblemática de Querétaro que opera desde 1923. El lugar es mágico, tiene un mingitorio en el cual todos te ven orinar apenas a dos metros de la barra. En el azulejo de ese baño improvisado se lee una sugerencia (por no decir una verdad) “por favor acérquese, no la tiene tan grande como usted cree”. Y es que la virilidad masculina es un tema que surge desde que pasamos por la edad de la punzada. Las películas porno que vimos en la adolescencia pusieron, literalmente, la vara muy alta.

Esa noche de Faro hablamos de lo que la agenda digital marca; y hablar de política, a nada del desastre nuclear, es hablar de la virilidad de los líderes del mundo. Sí, Trump, Putin y Jong tienen al planeta en vilo, esos machos alfa-lomo plateado, con potencial bélico como símbolo fálico no se quieren acercar a orinar un poquito mas al mingitorio porque creen tener el pito de cualquier actor porno. El mundo está infestado de testosterona.

Lo chingón de la amistad es que uno no tiene que andar alardeando cosas que no, como hoy vemos en cualquier muro de Facebook. Qué podríamos tener de pretenciosos los amigos que nos conocemos desde que tenemos 13 años. Más bien pasamos los ratos disfrutando del ocio, nexo indispensable para cuidar a las grandes amistades.

Mi novia es una mujer inteligente (psicoanalista, ya saben) Me siento orgulloso de tener una novia freudiana. Es feminista y marxista. Tiene un coctel de ideas en su cabeza con las que construye su mundo. Ella se divierte cuando nos escucha a mis amigos y a mí hablar de futbol. Hace unos años uno podía ir a una cancha a divertirse y a sudar la testosterona, para eso servía hacer un quiebre, meter un gol o armar la melé en el área chica. Ya saben, querer agarrarse a golpes, gritar, barrerse, encararse… el clásico “qué güey” con mirada matona, y al final del partido todos más relajados tomando cerveza. Por eso el futbol es genial, Paul Auster dijo que “el futbol es un milagro que le permitió a Europa odiarse sin destruirse”. Hoy, que tenemos casi 40 años encima, hemos dejado de jugar y a veces hace falta para sentirnos machos alfa lomos plateados cuando le reclamamos al árbitro una decisión. A veces hace falta el juego para no sentirnos tan mal cuando orinamos en el mingitorio del Faro.

Mi novia dice sarcásticamente que las conversaciones futboleras entre amigos son un intento por demostrar quien la tiene más grande. Hablar de futbol es nuestro símbolo fálico que sacamos en las reuniones, según ella; como si hablando de futbol nos sintiéramos más hombres. Nuestro almacén de datos inútiles —como saberse la oncena de tu equipo en un partido en específico que pasó años atrás—  nos envalentona así como a Trump cuando manda bombas a Afganistán  después de tomar el postre.

Imagínense, estamos en El Faro y en sus pantallas sintonizan ESPN, de pronto sacan la imagen del gol que metió Zidane en la final de la Champions en 2002, aquel balón rematado de aire después del globo lanzado por Roberto Carlos, gol que le dio la novena al Madrid. Pecado mortal si a alguien se le ocurre decir que ese gol fue en 2001, o que fue ante el Bayern y no contra el Bayer Leverkusen. Después de la escena de la tele y ante el error en el dato del otro, todos los sentados ahí, comenzamos a lanzar trivias futboleras para demostrar nuestros conocimientos. Mi novia se divierte escuchándonos cuando comienza el arsenal de preguntas: “Mencióname los campeones de la Champions desde 1997”, “Dime la alineación de México en su partido inaugural de Estados Unidos 1994”, “Dime contra quién fue el último partido de Leo Beenhakker como entrenador del América y cuál fue el marcador”, “Dime a qué jugador recortó Dennis Bergkamp en 1998 para marcarle a Argentina”… Y así puede pasar la noche, aportando nuestro bagaje cultural de datos futboleros (e inservibles), recordando episodios específicos que sucedieron 20 ó 30 años atrás y que quedaron guardados en nuestra conciencia. Imagínense, un día reté a mi amigo Daniel Peñalosa a que me dijera la alineación de México en el partido contra Irlanda en 1994, cualquier fanático diría 9 de los 11 jugadores, no era gran cosa… ante la facilidad de la pregunta, lo reté a que me dijera la alineación de Irlanda… El Pollo (apodo de mi amigo) me dijo a la oncena del cuadro irlandés. Nadie le gana en conocimientos futbolísticos, porque igualmente te conoce a algún jugador de Uganda o sabe algún dato curioso del futbol de Kazajistán.

Hablar de futbol entre amigos tiene un encanto especial más allá de esa abstracción de la virilidad. El futbol en la memoria es también un recuento del tiempo, teníamos 13 años cuando vimos en la secundaria el partido de México vs Irlanda con los goles de Luis García en 1994. El partido, el momento, están en la mente, y los amigos con los que lo vimos, siguen siendo los mismos con los que ahora tomamos cerveza recordando aquella gloria del futbol mexicano. Y como siempre he dicho, el futbol es el nexo que nos permitió a través de los años mantenernos como amigos.

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