
Con gran cariño para Daniel Peñalosa
Alguien que no sea fanático del futbol sería incapaz de leer tres renglones de esta narrativa y de cualquier otra que hable de Maradona, y se entiende; el futbol es un ocio especial que solo algunos bendecidos tenemos la dicha de disfrutar, y desde el punto de vista del fanático, para todos los insensatos que hablamos el idioma del futbol, haber visto a Maradona jugar a la pelota fue un privilegio.
El gran problema del astro argentino es que su personalidad se desbordó más allá del tiempo, de los 90 minutos reglamentarios; y del espacio, el terreno de juego. Fueron las drogas, la política, el escándalo lo que marcaron su vida. Sí, el tipo podría ser nefasto, el endiosamiento lo trastornó, pero esos 11 segundos en los cuales recorre el campo dejando ingleses a su paso lo consagran en los dos únicos lugares en los que tuvo que ser consagrado: la historia en el futbol y la historia argentina. Maradona es la antítesis de la madre Teresa de Calcuta y eso, a la hinchada universal, nos viene valiendo gorro.
El Argentina contra Inglaterra de 1986 es un episodio aparte en la historia del balompié. Ha sido materia de todo tipo de análisis, desde lo deportivo hasta lo geopolítico, desde lo literario hasta lo psicosocial. Hemos leído a los grandes escritores discurrir sobre Maradona. Hay toda clase de documentales y libros sobre aquel encuentro. Hemos visto a la sociedad argentina ocupar las glorias maradonianas como aspirina para calmar el dolor de las heridas de la dictadura y de la guerra. Por eso Maradona es un personaje importante a nivel social. No solo los comentaristas deportivos se ocuparon del 10, también el analista político volteó a ver su figura para explicar el contexto.
Diego alineaba a los dioses de la estética, el gol más hermoso en la historia del futbol es más bello aún cuando se escucha narrado por Víctor Hugo Morales: “ahí la tiene Maradona, lo marcan dos….Genio, ta ta ta ta ta ta… Gooooooool…. Barrilete cósmico….¿de qué planeta viniste?” No solo fue aquel hermoso trabalenguas emanado por Morales, el gol anterior en ese mismo partido, el gol tramposo, fue bautizado de manera muy bella por el propio Maradona: La mano de dios, lo nombró. En el imaginario colectivo la mano de Diego fue la del creador, la que trajo un poco de justicia después de la guerra de las Malvinas. Por eso, en el contexto político aquel Inglaterra contra Argentina, no era un partido cualquiera, era un asunto de estado que trajo más que un triunfo, ese partido se disfrazó de revancha. Creo que se ha dicho todo de aquel medio día de 1986, solo queda la vivencia personal de cada argentino, y hasta los argentinos que nacieron después hablan de aquel día como si lo hubieran vivido. Por eso me pregunto, después de dar una jornada histórica, después de haber mantenido a una nación al borde del infarto frente a la televisión, ¿quién no pasa a los anales de la historia?
Cuatro años después, en 1990, Maradona aplicó casi la misma dosis a los brasileños en el mundial de Italia, la de tener un balón pegado a los pies y recorrer la cancha de manera desparpajada para dañar a la defensa contraria. Fue el 24 de junio de 1990, el partido estaba trabado en cero goles; faltando 10 minutos para el final, Diego tomó un balón en la media cancha y recorrió el campo dejando a su paso jugadores amarillos, a trompicones rozó el área rival y sirvió la bola a Claudio Caniggia, este dribló a Taffarel y vacunó a los brasileños, suficiente para pasar a los cuartos de final y para que todo un país amara más a Maradona.
El mejor mundial es aquel que te haya marcado, e Italia 90 fue la copa del mundo de mi infancia. Argentina había sufrido en la fase de grupos, y siguió sufriendo en la segunda ronda, pero fue a través de la personalidad de Maradona con la que la albiceleste fue dejando rivales hasta llegar a la final. La Argentina de 1990 es, en lo personal, aún más heroica que la de 1986. Si bien el futbol se mide a través de trofeos levantados también creo que se mide por medio del alma dejada en el campo, y aquella selección fue a Italia y jugó contra la FIFA, contra los árbitros y contra toda Europa; solo la consigna arbitral les arrebató la copa del mundo. El futbol es para mí un ejercicio de memoria, recuerdo a Diego gritando “Hijos de Puta” a un público hostil que silbaba el himno argentino en la final del certamen, y a un Diego llorando de rabia al finalizar el partido. Esa era su personalidad, la que encantó a todo un pueblo, y a todo fanático al futbol.
Maradona murió, y hay que recordarlo como el eslabón que une al futbol artesanal con uno de alto rendimiento, el que dio paso a jugadores con abdomen de acero después de ver a genios con barrigas cerveceras. Maradona protagonizó las últimas peleas campales que se dieron en un terreno de juego; fue un ídolo antes del fair play al que le fracturaron un tobillo y le dieron miles de patadas. Diego representa la transformación de un futbol silvestre a uno de élite, es la transición a un futbol totalmente globalizado, es el puente entre un futbol de taller y uno industrial. Maradona fue el último crack que vimos en televisión abierta, para ver su bestial juego en el Nápoles no teníamos que pagar un Sky. Maradona parecía ser un personaje de ficción, un héroe (o anti héroe) regordete de 1.65 que se entregaba a todos los placeres del mundo. Por esas discrepancias Maradona también encantaba. Fue un personaje amado y odiado en toda Italia. Era un tipo tozudo que le gustaba remar contra corriente tanto en la cancha como fuera de ella, por eso se enfrentó a la FIFA, un cínico que le fue a restregar a la federación su resurgimiento en 1994 celebrando un gol a Grecia, pero la FIFA no se aguantó. Maradona también encarnaba todas las incongruencias posibles, si bien era amigo de Fidel también lo era de Carlos Menem. Su propia ficción lo identificaba con la izquierda latinoamericana, con la del Che, Castro y Chávez. Maradona fue todo eso, un personaje fantástico que pasará a los anales de la historia argentina y del futbol mundial.