Un martes de abril de 1989, Querétaro amaneció con la noticia de que una mujer había matado a sus tres hijos la madrugada del lunes. Las noticias no circulaban como ahora, apenas dos periódicos eran nuestra única fuente de información: el Diario y el Noticias. ¿Dónde sucedió? En una colonia emblemática de la clase media queretana: Jardines de la Hacienda. Con el paso del tiempo, parece que la casa de “la Mijangos” se ha convertido en la antítesis del patrimonio tangible de la ciudad, se erige como monumento al morbo, y cuando se levantan monumentos hay conciencia de los hechos. El municipio construyó una barda en la fachada por las quejas —muy justificadas— de los vecinos, ya que les tocaba lidiar con la fastidiosa convocatoria de casafantasmas —en el mejor de los casos—, que entraban a la propiedad para captar sombras y ruidos, y luego mandarlos a algún programa de televisión.
El caso de la Mijangos ya forma parte de la memoria colectiva de nuestra ciudad, y es que para la queretaneidad hay algo de fascinación en él. Todos los que llegan a vivir aquí, primero investigan los lugares emblemáticos para tragar garnachas e inmediatamente después son expertos en el tema de Claudia Mijangos, la mujer que asesinó a sus tres hijos. En los noventa, muchos de mi generación fueron a meterse a la propiedad como si fuera la casa del terror en Six Flags.
Hace poco fui a una reunión, muy casera, con amigos de mi novia, donde llegan los amigos de los amigos, y Claudia Mijangos salió a la plática; los que estudiamos en el Fray Luis de León en aquella época, parece que tenemos voz autorizada para hablar del caso: ¿te dio clases?, ¿ibas con sus hijos? —preguntan unos con asombro. Otros parece que tienen conocimiento en criminología para sacar sus propias conclusiones; algunos tienen historias guardadas, secretas, en torno a la Mijangos: “la mamá de alguien iba con Claudia en la primaria”, “Claudia compraba queso en la tienda de no sé quién”, lo cuentan como si esa información tuviera una trascendencia. Van varias veces que escucho, en diferentes ocasiones, que la prima de una amiga, la hermana de alguien, una conocida, iba a dormir esa noche en casa de la familia Mijangos por invitación de una de las niñas y que por algo, no les dieron permiso y no fueron. En verdad son varias veces que lo he escuchado, lo que me hace pensar que esa noche iba a haber una pijamada con medio colegio o que a la queretaneidad le encanta darle su toque ficcional a las historias.
Hace un tiempo un taxista le contó a un amigo —casi con el mismo talento con que Roberto Bolaño escribió ‘Los detectives salvajes’—, una versión que consistía en que a toda la queretaneidad se nos hizo creer en la culpabilidad de Claudia Mijangos por el asesinato de sus hijos; sin embargo, no fue ella quien los había matado, sino una banda de criminales que se metieron a su casa y que se aprovecharon de la locura de la mujer para inculparla, en aquel drama había droga y romances pasionales. Este tipo de relatos me hacen pensar si esta sociedad tiene dotes fantásticos para inventar historias o si somos muy pinches ociosos.
En nuestra ciudad han pasado otros casos de padres que matan a sus hijos, y ninguno ha tenido el impacto para quedarse hasta con tintes míticos en la memoria colectiva. Crímenes que no pasaron de la nota roja o ahora, de haber sido compartidos mil y tantas veces en redes sociales. Hay otros casos que quedan en el terreno de la ficción, “en tal colonia un señor mató a sus hijos y luego se suicidó, pero la familia aplacó a la prensa con dinero y no se supo nada” (y claro, el filicida venía de fuera). También hay un toque clasista en la forma de ver los filicidios, los que pasan en colonias populares, parece que no merecen su lugar en la memoria colectiva por no pasar dentro de una clase media o alta.
¿Por qué Claudia Mijangos y todo lo que la rodea sí forma parte de la memoria de nuestra ciudad? Se habla de eso, se construyen mitos, se inventan chismes por lo escandaloso que fue, pasó en el seno de una familia de clase media, conservadora, perpetrado por una mujer muy religiosa que daba clases de moral en el colegio de sus hijos y que siendo más joven había sido reina de belleza. Era el año de 1989, cuando Querétaro era una ciudad con un incipiente desarrollo industrial y la dinámica de vida no tenía nada que ver con lo que esa hora. Hacienda Vegil, calle donde sucedió el crimen, parecía ser la última de la ciudad porque colindaba con llanos atravesados por la carretera Celaya cuota. Nada de hoteles, cines, restaurantes, y locales comerciales como hoy rodean a la colonia (ahora mismo construyen unos locales exactamente atrás de la casa). Además la forma cómo los mató, a cuchilladas, era algo imposible de creer. Las fotos de los niños muertos comenzaron a circular por las escuelas de derecho en sus materias de criminología, algún maestro astuto presumía su amistad con el procurador de la época. Y ante todo este contexto, parecido a una novela de terror, Querétaro fue construyendo cientos de historias en torno a lo que pasó; hicimos una narrativa popular con un toque de ficción (ya salió, se volvió a casar, sigue en la cárcel, ¿qué fue del marido?). Hace poco, un usuario de Facebook, publicó un evento de una fiesta donde invitaba a ir a recibir a Claudia Mijangos después de sus 30 años de condena, y dentro de la ociosidad cibernética, miles siguieron el sarcasmo y cliquearon que asistirían. Los medios de comunicación han hecho lo propio, hace unos 13 ó 15 años, Adal Ramones invitó a un tipo a ‘otro rollo’ para hablar de las cosas sobrenaturales que pasaban en la casa; a inicios de esta década Discovery Channel hizo un patético programa supuestamente de “investigación” llamado ‘La hiena de Querétaro’. Todo eso ha hecho que la casa se convierta en un atractivo turístico. Y tanto lo crudamente real, como lo ficcionario y lo ocioso, han construido esa memoria colectiva que irá pasando por generaciones y quizá un día lejano, la Mijangos será una leyenda ‘institucionalizada’ por nuestra sociedad.